Nada mejor para comenzar este blog que con las palabras de un auténtico sabio, ni más ni menos que las de Santiago Ramón y Cajal.
«Deprime y entristece el ánimo, el considerar la ingratitud de los vascos,
cuya gran mayoría desea separarse de la Patria común. Hasta en la noble Navarra
existe un partido separatista o nacionalista, robusto y bien organizado, junto
con el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y
Rey.
En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son
catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y
de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados
en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con
acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a
todo trance una institución costeada por el Estado.
A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se
han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos
ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El
movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no
exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido
mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria.
Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o
incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos
y circunstanciales.
¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo
castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus
libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos,
sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y
privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador.
No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos,
caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe
explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los
vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento
histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la
ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las
libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma
primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana
y del descomedido hermano que lo representa!
La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las
provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son
aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la
magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la más negra
ingratitud.
A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los
Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y
desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez
catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados
sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios
seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.
No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios
regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado
principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, más sin
comprometer la Hacienda del Estado.
Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente
razonable para los inexcusables gastos de soberanía.
La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es
peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los
pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes,
indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores.
El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de
franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de
España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus
pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común.
Santiago Ramón y Cajal. 1934